Los seminaristas mayores
Seguimos con nuestro recorrido por las personas que conforman la gran familia del Seminario, corazón de la diócesis. Si preguntábamos, primero, a las familias; y a los seminaristas menores, después, damos un paso más, hacia dos jóvenes que llevan apenas unos meses en la comunidad del Seminario Mayor: Joaquín (28) y Francisco (24).
Cada uno procede de realidades distintas. Joaquín nos cuenta que, pese a haber realizado distintos estudios, y haber tenido experiencia en el mundo laboral durante unos años, “hace unos 10 o 12 años que sentí que el Señor me pedía algo. En este tiempo el sacerdocio siempre ha sido una opción, que a veces descartaba por miedo (llegué a separarme completamente de Dios), y a veces porque buscaba respuestas en otras realidades de la Iglesia (llegué a hacer una experiencia en la Cartuja con 18 años)".
Francisco, por su parte, ha estudiado matemáticas. Respecto a lo que le ha traído hasta el seminario, explica que “siempre he estado en ambientes de Iglesia, en la parroquia y la diócesis, y la sacerdotal era una vocación que siempre me he planteado, pero me resistía: tengo que acabar la carrera, me atrae tal chica, yo no valgo para eso… Pero, en un encuentro con Cristo en la Eucaristía, se acabaron las excusas. Uno no puede resistirse eternamente a la llamada de Dios”.
Ambos dan buena cuenta de lo importante que es rodearse de buenos amigos, de contar con el apoyo de la familia… Fran afirma que se ha encontrado aquí “con una nueva familia de seminaristas, que se preparan para, si Dios quiere, ser sacerdotes. Los demás seminaristas son una compañía necesaria para el crecimiento personal. Es una familia en la que, como en todas, hay roces y discusiones, pero nos queremos, rezamos en comunidad, y nos ayudamos a retornar la mirada a Cristo cuando nos despistamos: familia que reza unida, permanece unida. El seminario también me recuerda a mi familia, en la que somos seis hermanos. Estoy muy contento aquí.” Joaquín, además, resalta el importante apoyo que ha encontrado en Hakuna, movimiento al que pertenece, y que le ha ayudado a discernir lo que Dios pedía de él: “gracias a ellos, puedo decir con gran certeza que estoy donde Dios me quiere”.
Cuando uno recibe la llamada de Dios, algo cambia en su vida. Podemos hacer como si nada, seguir a lo nuestro… Pero no podemos resistirnos eternamente. Así lo demuestra el testimonio de Fran y Joaquín. Crisis de vocaciones: ¿es que se ha cansado Dios de llamar? ¿No será, quizá, que hay muchas dificultades que solventar, para poder decir un sí rotundo, y confiar la propia vida a quien no puede defraudarnos?
Recemos insistentemente al buen Padre Dios, para que los que escuchan la llamada de Cristo puedan responderle sin miedo. Y ayudémonos unos a otros a discernir lo que Dios nos pide, a “volver la mirada a Cristo” cuando las vicisitudes de la vida nos apartan de su voluntad.
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